Relatos de los Andes Centrales

Pico Colina Oriente: Una última aventura solitaria

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En septiembre del 2022, Rafael Reinoso, montañero del sur de la capital, ascendió en solitario el Pico Colina Oriente. Esta cumbre nunca había sido ascendida. Experto en eludir restricciones que no se basan en el cuidado de la naturaleza ni de los visitantes a la zona, vivió una aventura física y mental movido por una pasión que está labrada en su identidad. En este relato, Rafael nos comparte de una manera honesta y auténtica sus vivencias y el significado del acto de ponerse una mochila y subir cumbres cuya importancia solo reside en nuestra imaginación.
3 de diciembre del 2023

Tras conversar con distintos integrantes de mis cordadas en montaña y presentarles este objetivo, no logré llegar a buen puerto. Por distintos motivos, algunos no podían o simplemente respondían: "¿Qué es el Pico Colina Oriente?"

Al no encontrar a alguien interesado en mi propuesta, decidí ascender la montaña en solitario en septiembre de 2022. Era un objetivo que había captado mi atención desde el primer ascenso al Pico Colina Sur en 2021, al que fui invitado por Damir Mandakovic y Federico Caballero. Comencé a planificar en silencio esta nueva visita al sector, donde el protagonista era el ya ascendido Pico Colina Sur, pero el Pico Colina Oriente también merecía ser visitado.

Hace poco me había comprado una cámara y quería hacer un registro fotográfico que me permitiera apreciar las reales características del lugar una vez estando en casa. Quería poder mostrarlo tal y como es, ya que para el ascenso al Pico Colina Sur mi registro fotográfico fue paupérrimo. Esto solo era una excusa para autoconvencerme en esta decisión que ya estaba tomada.

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Cara oeste del Pico Colina Oriente desde su base.
Fotografía por Rafael Reinoso

Disfruto mucho de la montaña en solitario y ésta sería una de las últimas ocasiones en que me adentraría en ellas en este formato. Ya no lo estoy haciendo por la responsabilidad que aquello implica y principalmente por mi hijo. Él es la persona a quien le quiero regalar mis registros fotográficos y de esa manera pueda apreciar lo que fue para mí el periodo en las montañas.

Sin más preludio, vamos al ascenso. Conseguí transporte y me dejaron antes de las Termas de Colina. Esquivé la entrada, aunque siempre que hago esto me da la sensación de que un tiranosaurio rex saldrá detrás mío a cobrarme 8 mil pesos diarios por subir una montaña.

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Vista de la cara sur del Cerro Amarillo en la ruta hacia los Picos Colina.
Fotografía por Rafael Reinoso

La jornada comenzó temprano, estaba soleado. Quería llegar en el primer día a la base de los Picos Colina. Fue así como rápidamente me interné en estos hermosos parajes cordilleranos en un rincón inhóspito y salvaje de nuestros Andes Centrales.

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Mirando hacia atrás el valle mientras se gana altura.
Fotografía por Rafael Reinoso

Se me vinieron muchos recuerdos de mi andanza anterior. Si bien estaba solo, nunca sentí esta sensación. Es un lugar donde me siento muy a gusto, y recordaba por donde debía transitar para llegar sin problemas a montar mi campamento. En la base de los Picos Colina comenzaron a aparecer los primeros neveros ya consolidados, condiciones perfectas para poder transitar hacia la parte alta sin mucho desgaste de energía. Debía ser lo más rápido posible, pues mi vuelta a Santiago no estaba asegurada.

Monté mi vivac poco antes de un gran nevero en un lugar protegido del viento. Estando ya con mi campamento armado me alimenté. Recuerdo haber comido mucho. Estaba cómodo dentro de mi saco y así vi irse los últimos rayos de luz.

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La vista que se tiene hacia el grupo de los Picos Colina, con el Pico Colina Norte a la izquierda y una cumbre innominada a su derecha.
Fotografía por Rafael Reinoso

Ya sabía como llegar a la base de estas montañas. Salí con luz de día confiando en mi paso y tras unas horas de caminata ya estaba bajo la montaña. Observé su canaleta y fue por ahí donde la abordé En algunos tramos me encontré con hielo y a mitad de la canaleta una pequeña banda de roca se presentó como obstáculo. Superadas estas secciones, no quedaba más que dirigirme hacia el filo, por un terreno de yeso descompuesto. Faltando minutos para las 10 de la mañana, llegué al punto más alto de la montaña, contemplando todo a mi alrededor: Volcán San José y Marmolejo hacia el norte, por el sur los cerros Manchado y Castillo. Fue todo un espectáculo que registré con la cámara y mi memoria. Recuerdo lo blanco de la cordillera. Busqué algún testimonio, pero en la parte alta no hay rocas, solo yeso, por lo que si alguien dejó algo, dudo que se haya mantenido con el tiempo.

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Desde la cumbre, mirando hacia el norte, se ve el Volcán San José y el Marmolejo. Abajo a la izquierda, la Punta Cuba y una cumbre innominada.
Fotografía por Rafael Reinoso

Disfruté mucho el ascenso, maravillado como siempre y dando las gracias por poder contemplar lo bello que son las montañas.

Dejé mi testimonio de cumbre bajo pedazos de yeso. Lo más probable es que el tiempo lo erosione y mi testimonio desaparezca antes de que alguien lo encuentre.

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Hacia el sur desde la cumbre, la vista hacia los enormes Cerro Manchado y Cerro Castillo.
Fotografía por Rafael Reinoso

Estando arriba recordé que debía bajar rápido para conseguir transporte para volver a mi hogar, por lo que debía al menos salir con luz de los predios de aquel tiranosaurio que acecha montañistas para quitarles su dinero. Soy responsable de mis actos y mis palabras: si hacen un cobro de aquel monto, lo mínimo que uno espera es que inviertan en la limpieza del lugar, sobre todo de la ribera del Río Colina.

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Los torreones somitales del Pico Colina Sur. El de más atrás es el más alto, ascendido por primera vez por Rafael junto a Federico Caballero y Damir Mandakovic el 2021.
Fotografía por Rafael Reinoso

Volviendo a la montaña, recuerdo haber bajado rápido. Miré por última vez al Pico Colina Oriente, que en el descenso se comienza a perder tras su hermano mayor, volviendo a ser un fantasma escondido bajo las sombras de aquel gigante.

Llegué al campamento aproximadamente a las 12. Armé mi mochila rápido, como si el tiempo se me acabase y las sombras del atardecer fuesen mi enemigo. Comencé el descenso, pensando en no cometer ningún error en estas últimas horas de soledad. La montaña comenzaba a quedar atrás, pero la felicidad y la dicha estaban junto a mí.

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La vista del valle y del Cerro Castillo a sus espaldas mientras Rafael se retiraba.
Fotografía por Rafael Reinoso

Llegué al último tramo ya planificando mi salida, esperando que los dinosaurios estuviesen ocupados cazando otras presas. Debía esquivar a los custodios del Río Colina, que si te pillan te comen.

Fue así, que bien apegado a la ribera norte del río, logré salir. Una atenta familia se detuvo para llevarme. Habían estado en las termas, donde su carpa se había volado con el viento, teniendo que pasar su última noche durmiendo en aquella camioneta. Aquella camioneta que era mi luz de esperanza para volver a casa. La familia disfrutaba mucho de las vistas y mi presencia no les incomodó. Me ofrecieron de todo y me dejaron, finalmente, en metro Macul a eso de las 21 horas.